lunes, 25 de noviembre de 2019

BIR INLE LAKE

25/11/2019

LAGO INLE

Nyaungshwe, este es el nombre.

He tenido que mirar cómo se llama el pueblo dónde estoy porque me resulta difícil recordarlo. Llegué hace dos días procedente de Bagan. 

Este lugar es el punto de arranque de cualquier excursión o ruta de senderismo que se realice por el entorno del lago. Obviamente, hay turistas moviéndose permanentemente por sus calles, especialmente mochileros.

Ya comenté que viajar por Myanmar en bus conlleva armarse de paciencia y estar preparados para dar unos cuantos botes en carreteras bastante deficientes.  Pero una vez mentalizado, te subes, te sientas y tratas de asimilar y hasta sorprenderte con las costumbres de la gente. En esta ocasión vine en una “van” de unas veinte plazas y como era de esperar paramos en mil sitios, la carga era de todo tipo y colocada aprovechando cualquier hueco, y la gente, pues bueno, lo acostumbrado, suben más personas que plazas existen y se colocan en el pasillo sentadas en unos pequeños taburetes de patas muy cortas y hay que tener mucha capacidad de sacrificio para aguantar sentado así durante horas. En fin, nada que no haya experimentado en algún que otro país.



Y así como hay momentos o circunstancias peores, ayer, sin ir más lejos fue un día extraordinario visitando el Lago Inle.

Arrancamos el día temprano. A las 7:30 un tuck tuck nos recogió en el hotel para ir al puerto a tomar una lancha.

Como preveía que iba ser el día de las mil fotografías, anduve listo y me coloqué en el asiento más a proa que había. De este modo, delante de mi solo iba el morro de la lancha y pude sacar imágenes mejores que desde otro asiento. Especialmente emocionante fue durante unos tramos donde el sendero entre la vegetación era tan estrecho que parecía que íbamos a entrar en algún lugar inexplorado que nos llevara a una aventura de película. El color tierra del agua y el verde intenso de la vegetación amplió más aún la emoción de todo el grupo. 

Hay viajeros que advierten en sus blog  que si no quieres que te paseen por unas cuantas tiendas donde vender artesanías debes dejarlo claro a la hora de contratar el tour. Yo, confieso que prefería visitar estos lugares porque me daba opción a bajar de vez en cuando de la barca y así ver que me ofrecían, conocer gente y fotografiarla, que es lo que más me interesa.

Así pues paramos y conocimos trabajadores de un nivel de hacer tan profesional que me impresionó. Muy buenos los orfebres cuyos trabajos con la plata son exquisitos pero que daba la impresión que no todo lo que allí venden es hecho por ellos.

Durante la visita a un par de mercados locales descubrimos a un herrero absolutamente artesanal. 






Tan artesanal es que el fuelle de su fragua está hecho con dos tubos verticales en los que introducen un palo que en la punta tiene un tocho de telas que se ajusta al diámetro de los tubos. Ahí, un hombre mayor coge un palo en cada mano y en un sube y baja alternativo hace que el aire salga hacia el fuego para mantenerlo vivo. Por simplificar, es un sistema de dar aire con la misma idea de un bombín de bicicleta. Increíble. Y el herrero trabaja sentado en el suelo moldeando la pieza sobre un cilindro de hierro a modo de yunque. Quedé fascinado viéndole trabajar y comprobando la calidad de las piezas una vez terminadas. Qué pena no poder comprarle nada a este artesano por el miedo a que requisen los cuchillos en el aeropuerto. 

Quizás no dejé claro que para ir a cada lugar de los que menciono hay que bajar de la barca. Salvo los mercados, el resto, están situados sobre edificaciones “flotantes”, es decir, casas de madera construidas sobre troncos clavados en el agua.




Siendo así la vida dentro de una gran masa de agua es bastante lógico que alrededor de los mercados sobre tierra o de las pagodas existan los vendedores sobre barcas que convierten el lugar en un auténtico mercado flotante. Son imágenes que me encantan.


Otra de las casas de trabajo visitadas, dos, en este viaje, fueron las que se dedican a la confección de textil. Tejen piezas muy variadas, desde pañuelos, bolsos, camisas etc, hasta los famosos longyi con los que se viste una mayoría grande de la población de Myanmar. 


El longyi es esa prenda estilo falda que usa todo el mundo y hasta en algún colegio lo asumen como parte de los uniformes del alumnado. Tengo la impresión que la comodidad es mucho mayor frente a un pantalón que nos atrapa y oprime más de lo que a veces nos gustaría. Qué envidia.

Pues eso, que vimos todo tipo de máquinas artesanales, desde ruecas hasta tejedoras. 





Pero lo que realmente me llamó la atención fue comprobar in situ como un muchacho extraía tiras de seda a partir del tronco de loto. Alguna de las prendas confeccionadas tenían un precio  exorbitado.


Otra casa de trabajo que me gustó muchísimo fue la “factoría de tabaco”. Lo entrecomillo porque aquí todo es artesanal. Cada cigarro se hace a mano y a la vista, especialmente por mujeres que demuestran una habilidad pasmosa desde su espacio en el suelo en el que se sientan directamente.

No podía faltar la visita a alguna pagoda o templo porque las hay hasta dentro del entorno del lago. Famosa es la Nga Phe Kyanung, popularmente conocida por Monasterio el gato saltarín. 



Al parecer los monjes de este lugar amaestran gatos para que salten a través de un pequeño aro que ellos sostienen. Nosotros no vimos tal cosa pero gatos había en el templo para aburrir.

Y si de lugares religiosos hablamos, yo tenía especial gana de ir a Inn Dein para conocer ese bosque de más de mil estupas que desde los siglos XII y XVIII vienen impresionado a la gente que las visita. 



Muchas de ellas están en proceso de rehabilitación por parte del gobierno pero éstas no me interesaban mucho, preferí buscar las que están bastante deterioradas porque dan una verdadera idea de cómo y de qué estaban construidas. El ladrillo artesanal es el material más usado aunque es una lástima que lo tapen revistiéndolo de una fina capa de cemento y arena. 

Es una visita que no debería faltar nunca si se viaje al Lago Inle.


En una de las últimas tiendas pasé un rato poco agradable. La lancha aminoró la marcha y vi que paraba en una tienda donde en sus carteles anunciadores era visible la imagen de una mujer de cuello de jirafa y me temí lo peor. 




Efectivamente, era una tienda de artesanía de objetos múltiples y allí mismo estaban dos mujeres con el cuello rodeado de los famosos y malditos aros. Evidentemente eran un reclamo para los turistas y como tal me pareció un modo de explotación de la mujer vergonzante. Me había prometido a mi mismo no visitar ningún poblado de este tipo de los varios que hay en Myanmar y Tailandia pero esto me lo encontré inesperadamente.  Saqué un par de fotos, sí, pero no aportaré ni un céntimo a nada que haga que fomente esté tipo de esclavitud. Como curiosidad comprobé el peso de un conjunto de aros y aseguro que pesaba como kilo y medio. Leo que pueden llegar a cerca de los cinco . Imaginad ese peso encima de las clavículas de una persona y se entenderá porqué estas se hunden sobre la caja torácica dando la apariencia de que el cuello se estira. Brutal..

Y dejo para el final de este relato lo que seguramente es más representativo de las gentes que viven en el Lago Inle. Hay que decir que en su mayoría son pescadores y agricultores pero la imagen más buscada por los turistas es la del pescador lanzando sus redes desde la punta de proa. 



Mantienen una de sus piernas apoyada en la barca mientras con la otra, en un sorprendente acto de agilidad y equilibrio, sujetan un remo en constante movimiento para así controlar y mover la barca. Es una imagen francamente sorprendente. 



No sólo se pescan peces en el lago; hay otros pescadores, pero de algas. Llenan sus barcazas con ellas para luego utilizarlas como fertilizante en las fincas y como alimento en los restaurantes.

Para pena mía, el viaje por este maravilloso lago da por finalizado. Yo contaba casi obsesivamente con tomar fotos de la puesta de sol pero está visto que el destino me la tiene jurada. 

Demasiado tarde para captar la caída de sol que debe ser estupenda

Esta vez la culpa fue de mi grupo de turistas, que se entretuvo demasiado viendo el mencionado templo del Gato Saltarín. En fin, confío en que el destino me tenga reservada una segunda oportunidad para volver por estos lares.

Las últimas imágenes que fotografié eran ya de regreso, en la barca, con el sol poniéndose por el horizonte y dejando caer la primera oscuridad del día. 



Ahí quedaron un par de fotos de las gaviotas lanzadas sobre nuestras cabezas buscando con obsesión algo que llevarse al buche. Ni dos metros nos separaban de ellas.

Y para el recuerdo quedan las imágenes de la gente aseándose y lavando ropa en las orillas con esa agua turbia color de tierra, flores de loto flotando y ocupadas por insectos insaciables, y sobre todo las personas, todos fueron siempre muy amables. Da igual si una vendedora fracasa en el intento de una venta, ella, generalmente, pondrá buena cara ante la foto que le pides. Siempre con permiso previo, claro. Y las mamás y papás de esas niñas y niños a los que fotografío su carita maravillosa, ellos siempre están orgullosos de que quieras inmortalizar a sus hijos.

Ahí están, como siempre a vuestra disposición en el enlace. Que lo disfrutéis tanto como yo.



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